Más allá de lo que vemos: En busca de vida inteligente
En una sociedad en la que cada vez hay más avances tecnológicos que nos permiten llevar una vida más cómoda, resulta natural plantearse si el desarrollo de vida inteligente es algo esporádico o inevitable. El ser humano ha observado la naturaleza y ha aprendido de ella, lo que le ha permitido adaptarse a su entorno e incluso ha podido modificarlo para su mayor comodidad. Sin embargo, aún habiendo millones de otros seres vivos conviviendo con nosotros, ¿cuántos de ellos han logrado semejante control? De hecho, la gran mayoría ni siquiera lo ha necesitado para proliferar y colonizar la Tierra, y por este motivo han permanecido invariables desde tiempos remotos (especialmente seres unicelulares, algunas plantas e insectos). ¿Qué debemos esperar entonces cuando buscamos vida fuera de la Tierra? ¿Es el ser humano (es decir, la generación de consciencia y vida inteligente) una consecuencia inevitable de la evolución, o más bien un producto azaroso de la selección natural que ha ocurrido bajo unas circunstancias específicas y estadísticamente poco relevantes a grandes escalas?
Si centramos nuestra atención en nuestro propio Sistema Solar, el conjunto de planetas y cuerpos celestes más cercano y de los que podemos extraer más información, las respuestas son un tanto desalentadoras. De entre los planetas del Sistema Solar, Marte y Venus son, a priori, buenos candidatos donde buscar vida avanzada, ya que son los más similares a la Tierra. Sin embargo, después de varios años de investigación, todo parece apuntar en la dirección opuesta: ni siquiera hay indicios contundentes de vida simple o unicelular. Y a pesar de que aún contamos con candidatos potencialmente buenos para albergar vida entre los satélites de los planetas gigantes gaseosos, la verdad es que de momento no hemos encontrado ni rastro (la posibilidad de vida simple en el Sistema Solar la abordaremos en otro post más adelante).
La gran mayoría de los científicos de hoy en día trabajando en el campo de la vida extraterrestre están mayormente centrados en la búsqueda de vida simple, unicelular, puesto que encontrar vida compleja e inteligente representa un reto mucho mayor. Al fin y al cabo, si hubiera vida inteligente como la nuestra, también ellos se querrían poner en contacto con nosotros, ¿verdad?
Todas estas ideas se empezaron a plantear científicamente hace poco más de 50 años, a partir de la primera reunión bajo el nombre “En busca de inteligencia extraterrestre” que tuvo lugar en 1961. El astrofísico Frank Drake fue uno de los 10 participantes de esa reunión pionera, entre los cuales había desde astrónomos destacados como Carl Sagan a neurólogos como John Lilly. Mientras hacía los preparativos de la reunión, Drake se cuestionó fríamente cuáles eran las probabilidades de encontrar vida inteligente en el resto del universo. Se planteó cuáles eran los factores que habían contribuido en el desarrollo de la vida humana y los materializó en variables probabilísticas dentro de una sola ecuación matemática cuyo resultado era el número de civilizaciones inteligentes capaces de establecer comunicación con nosotros. El cometido de dicha ecuación, paradójicamente, no era encontrar exactamente ese número, sino que Drake la usó como vía para estimular el diálogo científico entre los participantes y poder valorar así la magnitud de la dificultad de encontrar otras formas de vida avanzada.
Así pues, la famosa ecuación es la siguiente:
N = R* · fp · ne · fl · fi · fc · L
La multiplicación de los distintos factores cuyas definiciones podéis encontrar en la tabla dan como resultado el número de civilizaciones inteligentes que querrían comunicarse con las demás (N). Ya que hay una infinidad de sistemas estelares y planetas en el universo, normalmente se calcula N para nuestra galaxia. De hecho, aunque hubiera vida inteligente en otra galaxia, llevaría demasiado tiempo encontrarla y establecer contacto debido a las abrumadoras distancias entre ellas. Por poner un ejemplo, la galaxia más cercana a la nuestra es Andrómeda, que se encuentra a aproximadamente 2500 millones de años luz, por lo que mandar un simple saludo a una civilización que se encontrase allí y recibir respuesta nos llevaría, como poco, 5000 millones de años. En ese tiempo el Sol ya habrá muerto y con él la Tierra, por lo que si el ser humano siguiera vivo, su dirección postal ya no sería la misma.
R* = La velocidad promedio a la cual se forman nuevas estrellas en nuestra galaxia
fp = la fracción de tales estrellas que tienen como mínimo un planeta
ne = el número promedio de planetas que potencialmente podrían albergar vida por estrella que tiene uno o más planetas
fl = fracción de planetas que efectivamente albergan vida de entre los que potencialmente podrían
fi = fracción de planetas con vida que desarrollan vida inteligente (i.e. civilizaciones)
fc = fracción de civilizaciones que desarrollan tecnología capaz de emitir señales detectables de su existencia al espacio
L = el tiempo efectivo de comunicación de estas civilizaciones. Dicho de otra manera, durante cuánto tiempo existirán siendo capaces de comunicarse.
Originalmente, Drake propuso unos valores para cada uno de los factores basándose en el conocimiento que había en su época. Así pues, estos valores fueron:
R* = 1 año-1, es decir, se forma una estrella por año en toda nuestra galaxia. Este se reconoce ahora como un valor conservador y moderado.
fp = entre 0.2 y 0.5. Es decir, entre un 20% y un 50% de todas las estrellas tienen planetas.
ne = de 1 a 5. Es el número de planetas habitables que tiene cada estrella.
fl = 1. Quiere decir que el 100% de estos planetas desarrollaran vida.
fi = 0.01 .Representando que el 1% de estos desarrollará vida inteligente.
fc = de 0.1 a 0.2. Entre el 10% y 20% de estas civilizaciones será capaz de comunicarse.
L = entre 1 000 y 100 000 000 años.
Si introducimos los valores que propuso Drake en 1961 obtenemos un mínimo de N = 20 y un máximo de N = 50 000 000. Esto quiere decir que, aun en el peor de los casos, ¡deberíamos poder contactar con otras civilizaciones inteligentes!
Sin embargo, a lo largo de los años estos valores han sido debatidos por la comunidad científica a medida que nuevos descubrimientos han salido a la luz. Por ejemplo, el valor de R* se considera que podría llegar a ser hasta de 2.5 año-1, mientras que el de ne se reduce a 0.25. Además, el valor de L se ha debatido intensamente estos últimos años y se ha establecido que es mucho más realista un valor menor de unos cientos o pocos miles de años.
Introduciendo los nuevos valores en la ecuación, obtenemos lo que se conoce como un valor pesimista de N cercano a 1. Se le califica como “pesimista” porque si realmente fueran los valores correctos, entonces ¡esa civilización inteligente seríamos nosotros de entre todas las formas de vida en nuestra galaxia! Esto implicaría que nuestros esfuerzos para contactar con otras civilizaciones inteligentes dentro de nuestra cercanía galáctica están siendo en vano.
En cualquier caso, no debemos olvidar que la ecuación de Drake es tan solo un instrumento probabilístico y no conocemos con certeza sus factores. Siendo sinceras, hay factores como fi que siguen siendo un misterio a día de hoy, ya que sin encontrar otras civilizaciones no podemos hacer más que estimarlos a ojillo. Esto significa que el valor de N es estadísticamente probable que sea 1 tanto como 50 000 000. Dadas tales incertezas, lo único que podemos hacer es seguir investigando el espacio. Cuanto más sepamos del universo en el que vivimos, más restricciones podremos aplicar a los factores de la ecuación y con más exactitud podremos conocer el valor de N. Además, ¿quién sabe si nos toparemos con alguna civilización inteligente en el proceso? Esta simple posibilidad hace que merezca la pena intentarlo.
Glosario
Años luz: Unidad de distancia (y no de tiempo) que equivale aproximadamente a 9.46 × 1 000 000 000 000 km. Un año luz corresponde a la distancia recorrida en un año por una partícula que viaja a la velocidad de la luz en el vacío, aproximadamente 3 × 100 000 000 m/s
Sobre la autora: Meri Herrero
¡Mi mayor problema es que me gustan demasiadas cosas! Me encanta cocinar, leer un buen libro, caminar y perderme por un bosque, viajar, pintar cuadros, bailar, aprender nuevas culturas, conocer gente y… ¡hasta me hice profesora de yoga! La vida en sí es una experiencia increíble, y es esto lo que me llevó a estudiar Física y Química en Barcelona, para luego hacer un máster en Astrofísica y encaminar mi doctorado en Astrobiología en Rensselaer Polytechnic Institute, NY, donde estoy actualmente. Mi objetivo es conocer a fondo el universo en el que vivimos e investigar el gran misterio de cómo apareció la vida en la Tierra, además de cómo podría aparecer en otros planetas far, far away
#LifeLover