Con el agua al cuello

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Noto los pies húmedos y fríos, pero no me resulta desagradable. El Sol me da en la cara y me acuerdo de que no llevo crema solar.

—¡… y cinco!
—¿Sesenta y cinco o setenta y cinco?
—¡Sesenta y cinco milímetros!
—¡Vale!

Apoyo la hoja de papel que tengo en mis rodillas y apunto. Alzo la vista y observo lo que me rodea con curiosidad. Me encuentro sentado en una roca, en la orilla de un pequeño río incrustado en un valle de un verde intenso y con los pies metidos en el agua. En las manos tengo una tablilla para anotar y mil libélulas y otros odonatos se acercan a mí como si fuesen helicópteros y yo un King Kong encaramado en lo alto de un rascacielos. Enfrente de mí, una compañera me va recitando números en una especie de bingo, y mi misión ahora es anotarlos todos en el sitio que les corresponde. Luego cambiamos y me toca a mí estar metido en el agua hasta la cintura (y en otros casos hasta el cuello), gritando números que obtengo de distintos aparatos que llevo encima. Estos números parecen aleatorios, y es ahí donde está mi trabajo: intentar entender si esas retahílas infinitas tienen algún sentido.

A la caída de la tarde salimos del río, empapados y cargados con mil y un aparatos, cada uno más frágil que el anterior. Nos toca cargar el equipo en el coche, quitarnos los trajes mojados e intentar salir de esos escarpados valles sin quedar atrapados en algún recodo del camino lleno de polvo y rocas. Me subo al coche, doy el contacto y me repito una y otra vez: ¡qué trabajo tan maravilloso! Mañana repetiremos el mismo proceso, pero en sentido contrario: bajaremos al río con el coche, descargaremos el equipo, nos cambiaremos de ropa y nos meteremos en las templadas aguas de un río en pleno verano. No suena mal, ¿verdad?

Esto que aquí describo es parte del trabajo de campo, una tarea esencial que tenemos que hacer de una u otra manera los que nos dedicamos al estudio de sistemas naturales. El trabajo de campo consiste en ir a tomar una serie de datos, muestras o cualquier otro tipo de información en la zona que estás estudiando. Y esta es una de las mayores diferencias con otros tipos de ciencia: hace falta desplazarse hasta los sitios más recónditos para poder obtener datos con los que llevar a cabo tu investigación.

En mi caso, ese sitio “recóndito” no lo es tanto. Mi zona de estudio es un pequeño río en la zona norte de la Península Ibérica donde llevo estudiando como parte de mi trabajo de fin de grado (TFG) y trabajo de fin de máster (TFM) desde hace varios años una población de bivalvos de agua dulce que, debido en muchos casos a presiones humanas, han visto amenazada su supervivencia en todo el territorio europeo. Estos bivalvos son conocidos como náyades o mejillones de río y deben su nombre a las náyades o ninfas de las aguas dulces según la mitología griega, las cuales encarnaban la divinidad de los curso de agua donde habitaban.

"The Naiad" o La Náyade, pintura Romántica de John William Waterhouse (1893).

En concreto la especie de estudio es Margaritifera margaritifera y no os confundais, ese nombre no tiene nada que ver con las margaritas. Es un bivalvo que se distribuye por toda Europa y zonas de Norte América, viviendo en ríos de calidad y poco afectados por las actividades humanas. Es por ello que se encuentra en constante amenaza debido a la degradación de su hábitat por actividades como la contaminación de aguas, fragmentación de hábitats por medio de centrales hidroeléctricas, etc. Son el ejemplo perfecto de cómo algunas actividades humanas y la presión que estas ejercen en los ecosistemas pueden amenazar especies hasta rozar su desaparición.

Adultos de Margaritifera margaritifera en el lecho del río.

Mi trabajo actual, como parte del TFM, es el estudio de distintas características ambientales del río (como temperatura, pH, velocidad del agua o tamaño del sustrato), intentando entender por qué estos animales están distribuidos en unas zonas del río y en otras no. Es decir, intento discernir cuál sería el hábitat óptimo para esta especie y que esa información se pueda aplicar en su conservación y la conservación de estos ecosistemas. Estos moluscos tienen un papel esencial en el ecosistema, filtrando agua, oxigenándola y participando en dinámicas de nutrientes. Aún más interesante es su ciclo reproductivo. Las náyades necesitan de un pez hospedador al que su larva infectará hasta formar el juvenil. La dificultad de este ciclo de vida hace que en el momento que haya amenazas que afecten a las poblaciones de peces hospedadores, estos bivalvos se vean condenados a desaparecer (podéis encontrar otro ejemplo claro del efecto cascada en “Para saber más”).

Pero no es oro todo lo que reluce. Los trabajos de campo llegan a su fin y toca volver a la realidad. Con el cuerpo cansado, lleno de arañazos y quemaduras (lamentándote por no haberte puesto crema solar) y una mochila llena de papeles medio mojados, es hora de sentarse frente al ordenador y empezar a pasar datos uno a uno a algún sistema de gestión de datos (archivos de Excel, para que nos entendamos). No nos engañemos, es un trabajo tedioso en el que hay que estar atento a todo y en el que necesitas conocer al dedillo la caligrafía de tus compañeros de faena. Al final de la jornada, los números te bailan como a Neo en Matrix.

Una vez que esos datos están digitalizados llega la parte quizás más complicada pero también tremendamente interesante: el análisis de los datos. El análisis de datos consiste en obtener unos resultados, utilizando la estadística, basados en todas las muestras o información que se han recogido en el campo. Estos resultados nos permitirán entender por qué ocurre esto y aquello. En mi caso concreto, intento discernir cómo se distribuye esta población por el río y qué condiciones hacen que estos animales aparezcan o no. Una vez se tengan unos resultados que sean válidos, se podrán utilizar en proyectos de conservación (aplicando estos nuevos conocimientos en el mantenimiento o mejora de las poblaciones que conocemos), publicaciones, etc.

Actualmente vivimos en una incertidumbre continua y el cambio climático no nos lo pondrá nada fácil. Es por ello que necesitamos estudiar y comprender todos los fenómenos que ocurrieron, ocurren y ocurrirán en la naturaleza, así como a la biodiversidad a la que el cambio climático afecta y afectará drásticamente. La investigación de campo siempre ha sido una de las grandes olvidadas de las ciencias biológicas, siempre con el ojo puesto en la investigación biomédica. Sin embargo, tiene un papel fundamental en el estudio del mundo que nos rodea, llevándonos a comprender cómo funciona y cómo podemos preservarlo.  
 

Glosario  
Odonatos: Orden de insectos con 6000 especies, incluyendo libélulas o caballitos del diablo. Presentan cabeza grande y abdomen largo y fino, acompañado por dos pares de alas membranosas.
Bivalvos: Clase perteneciente al filo de los moluscos, con 13000 especies mayormente marinas. Presentan dos valvas o conchas laterales cerrándose y abriéndose por la acción de los músculos (mejillones, navajas, ostras, etc.).
Hábitat: Lugar que presenta determinadas condiciones que permiten la vida de un determinado organismo o poblaciones de ese organismo.
Moluscos: Filo del reino animal. Son el grupo de animales invertebrados más numeroso después de los artrópodos. Se calcula que existen alrededor de 100.000 especies, tanto terrestres como acuáticas.
Hospedador: Organismo que alberga o transporta a otro, normalmente asociado a una relación de parasitismo, comensalismo o mutualismo.
Larva: Fase temprana en animales que presentan desarrollo indirecto, como la metamorfosis. Normalmente, las larvas presentan necesidades ecológicas distintas a las de la forma adulta.
Estadística: Rama de las matemáticas que estudia la variabilidad y procesos aleatorios basándose en las leyes de la probabilidad. En este caso concreto es la herramienta que utilizo para inferir conclusiones y entender un poco mejor cómo viven estos animales.


Para saber más