¿Somos realmente especiales? La Tierra Rara
Nota: Esta es la continuación del post titulado Más allá de lo que vemos: En busca de vida inteligente en una serie de tres posts sobre vida extraterrestre. La serie culminará con un post sobre vida simple en el Sistema Solar que será publicado en un futuro cercano.
Hace poco utilizamos la ecuación de Drake para hacer una estimación estadística sobre la posibilidad de que exista vida alienígena avanzada, así como el número de civilizaciones que podríamos encontrar en nuestra propia galaxia, la Vía Láctea. Dedujimos que podría haber un alto número de civilizaciones como la nuestra, aunque tal vez no se encontrasen en las inmediaciones de nuestro sistema solar. Un resultado sin duda esperanzador y alentador para aquellos que soñamos con una vida no nacida en la Tierra. Pero, ¿y si nuestros cálculos fueron un tanto utópicos? ¿Tuvimos en cuenta todos los factores necesarios para la evolución de la vida hasta el punto de ser capaz de comunicarse con el exterior de su propio planeta?
En las últimas décadas el debate científico sobre la existencia de vida extraterrestre se ha ido decantando cada vez más hacia el lado de su afirmación en base al argumento estadístico que ya hemos utilizado aquí. Existen numerosos grupos científicos que buscan evidencias de vida compleja, como por ejemplo los proyectos SETI (del inglés Search for Extra Terrestrial Intelligence). En contraposición a lo anterior, en el año 2000 el paleontólogo Peter Ward y el astrónomo Donald Brownlee formularon la hipótesis de la Tierra Rara, en la que defienden que es abrumadoramente improbable que se repita la secuencia de casualidades que llevaron a la Tierra a ser un planeta perfecto para la vida compleja.
Hoy tomaremos un enfoque distinto al estadístico usado en el post anterior. Si bien podemos especular sobre las probabilidades de los distintos factores, hoy explicaremos los hechos que llevaron al surgir de la única civilización inteligente que conocemos: el ser humano (aunque desde este club no estamos seguras de que siempre lo seamos). Además, nos centraremos en cuán comunes son esos hechos en comparación a lo que hemos observado en otros sistemas estelares y planetarios. ¿Somos la norma o una anomalía?
Para empezar hablaremos brevemente del Sol. Si bien no es una estrella excepcional en la galaxia, hemos de destacar que es perfecta para que los planetas que hospeda puedan albergar vida avanzada. Es una estrella amarilla y de mediana edad, lo que implica que sus días de actividad destructiva ya pasaron, que es una estrella sin vientos demasiado poderosos y que nos envía la energía necesaria, ni más ni menos. Si fuera más pequeña, la Tierra estaría completamente congelada y si fuera una gigante nos arrasaría con cualquiera de sus llamaradas.
Siguiendo con el repaso de nuestro entorno, nuestros dos jupiters, Júpiter y Saturno, tuvieron un papel esencial en la creación y asentamiento de nuestro planeta. Mientras el Sol estaba en su estado de protoestrella, la fragmentación de su disco de acreción dio lugar a la formación de los planetesimales. Solo unos pocos de ellos llegaron a formar planetas, siendo una infinidad los que quedaron como cuerpos atrapados en una deriva gravitatoria. El impacto de uno de estos cuerpos es, sin duda, devastador para la evolución de la vida avanzada en cualquier planeta. Preguntádselo a los dinosaurios si no me creéis. ¡El impacto de uno de estos cuerpos supuso su completa desaparición!
El poderoso campo gravitatorio creado por la enorme masa de los jupiters ha sido clave para rebajar al mínimo el impacto de grandes asteroides. Desde el comienzo de la formación del Sol y los planetas, hace unos 4.500 millones de años, los jupiters han purgado el sistema de grandes cuerpos eyectándolos fuera del mismo, acretándolos (ver protoestrella y disco de acreción en el glosario) o exiliándolos en la Nube de Oort. Se calcula que el ratio de impacto de asteroides como el que extinguió a los dinosaurios sería 10.000 veces mayor sin el efecto de nuestros dos gigantes guardaespaldas espaciales.
La exploración de exoplanetas ha revelado que no es común encontrar sistemas estelares en los que los jupiters se encuentren en su zona exterior mientras que las tierras están en el interior. De hecho suele ocurrir precisamente lo contrario, los jupiters suelen encontrarse en la zona interior de los sistemas estelares.
Además, si Júpiter hubiera crecido un poco más en masa, si su creación hubiera sido menos tranquila (más destructiva) o si la Tierra tuviera una masa un poco menor, nuestro planeta habría sufrido el mismo destino que los cuerpos en la purga antes mencionada. Por el contrario, si Júpiter fuera más pequeño, su efecto gravitatorio no sería suficiente para protegernos. Los tamaños son anormalmente perfectos para la evolución de la vida.
No solo es la distribución de los planetas rara pero exquisita en nuestro sistema, también lo es la de los satélites. A decir verdad, posiblemente la mayor anomalía de la formación de nuestro sistema es la Luna. Su nacimiento no tiene nada que ver con el de los satélites conocidos. El impacto de un asteroide contra la Tierra mientras ésta estaba en proceso de formación hizo que nuestro planeta se partiera y perdiese mucha masa, ya que estaba destinada a ser bastante mayor de lo que terminó siendo. Esto no solo dió a la Tierra un tamaño más favorable para la evolución de la vida, sino que también le dio la pieza clave para ello: de esa partición nació un satélite anormalmente grande y con un rol principal en la vida.
¿Cuantos poemas serían imposibles sin Luna? Las noches serían depresivamente oscuras, no habría meses, las mitologías serían mucho más pobres, los lobos no aullarían y no habría lugar para los lunáticos. La existencia de pájaros o ballenas también sería impensable. Las mareas, controladas por la Luna, tampoco gozarían de regularidad y el clima actual sería impensable. Pero hay algo que la Luna controla que la convierte en elemento completamente imprescindible para la vida: la precesión de la Tierra. Sin la Luna, la Tierra giraría haciendo que, por momentos, sus polos mirasen directamente al Sol, lo cual haría que estos recibiesen más energía solar que el propio Sahara (ver imagen de abajo). Por supuesto, esta falta de control en la inclinación de su rotación sería fatídica para un clima estable. La Luna es quien reina sobre nuestro clima desde las sombras de la noche.
Otra característica particular de nuestro planeta son las placas tectónicas. Si bien aún no tenemos demasiada información sobre ellas en planetas extrasolares, no son comunes en nuestro entorno. De hecho, de entre todos los planetas y sus satélites de nuestro sistema, solo las encontramos en la Tierra. El análisis del impacto de las placas es complejo, pero es sin duda una de las características clave para la supervivencia de la vida avanzada y animal. Tienen un rol protagonista en la promoción de la productividad biológica y en mantener una temperatura estable en el clima. Podríamos decir que son el termostato del planeta. Para destacar aún más su importancia, Venus es conocida como “el Infierno” debido a sus altísimas temperaturas, pero si tuviera placas tectónicas su temperatura no sería tan alta y variable e incluso podría llegar a ser similar a la nuestra.
Hay otras muchas rarezas que han permitido la vida avanzada en nuestro planeta, como la idoneidad de la composición de nuestra atmósfera, la abundante cantidad de agua líquida, el núcleo líquido del planeta que genera el campo magnético que nos defiende de la radiación solar (y nos deja las preciosas auroras boreales), nuestra posición en el Sistema Solar y en la Vía Láctea en un entorno libre de supernovas. Si uno de estos sucesos en la cascada de casualidades de más de 4 mil millones de años faltase o fuese diferente, nuestra existencia no sería posible. Seamos o no los únicos que gozamos de un paraíso como la Tierra, sin duda no debemos olvidar lo afortunados que somos solo por existir.
Para terminar me dirijo a ti, lector, y te pregunto: ¿Somos los seres terrestres los únicos evolucionados o existe vida avanzada fuera de nuestro planeta?¿Somos la excepción o la regla?¿Tierra Rara o Principio de Mediocridad?
Glosario
Estrella amarilla: Clasificación espectral de las estrellas. Viene dada principalmente por la temperatura del astro, al cual se le asigna un color. Por ejemplo, el Sol es una estrella de tipo G o amarilla.
Viento estelar: Flujo de partículas cargadas generadas en la corona de una estrella, es decir, en su parte exterior.
Jupiters: Nombre que se utiliza para clasificar planetas extrasolares similares en masa y tamaño a Júpiter. Júpiter y Saturno son nuestros dos ejemplos locales. En esta clasificación encontramos también tierras, super-tierras o mini-neptunos, neptunos…
Protoestrella: Astro en fase de creación de la estrella desde la contracción de la nube molecular (nube de materia) hasta el final de su ciclo de acreción (en términos coloquiales, hasta que deja de tragar la materia del disco). La ignición de su núcleo (comienzo de la fisión nuclear de hidrógeno) puede darse en esta fase si la estrella que nace será una gigante.
Disco de acreción: Disco de gas y polvo formado alrededor de un objeto masivo y central, como por ejemplo una estrella o un agujero negro.
Planetesimales: Objeto sólido que se forma en los discos protoplanetarios durante la formación de la estrella a la que orbita y que puede evolucionar y formar un planeta.
Nube de Oort: Nube esférica de objetos que se encuentra en los límites exteriores del Sistema Solar, a una distancia de casi un año luz del Sol.
Extrasolar: Atributo de un cuerpo celeste externo al Sistema Solar.
Precesión: Movimiento en la inclinación del eje de rotación de un cuerpo.
Principio de Mediocridad: En astronomía, principio que afirma que la Tierra sigue las normas generales que cumplen todos los planetas y que por tanto no disfruta de ningún atributo especial. De igual manera, el ser humano tampoco es especial, lo cual induce a la posibilidad de vida extraterrestre avanzada.
Para saber más
- Libro en el que se expone la hipótesis: Rare Earth: Why Complex Life Is Uncommon in the Universe” Peter Ward y Donald Brownlee, Copernicus Publications, (2000)
- Más allá de lo que vemos: En busca de vida inteligente