Una bata blanca manchada de sangre
«Ring, ring»
El sonido me distrae de mi análisis frente al ordenador. Levanto la mirada hacia el teléfono que se encuentra en una esquina del escritorio para, acto seguido, mirar el reloj blanco colgado en la pared del despacho. Son las 12:30. Justo a tiempo. Me levanto para descolgar el teléfono y oigo una voz dulce y suave que me empieza a hablar en francés:
-Bonjour Adrián, le sang de cordon est prêt.
-Ok, merci- respondo con timidez.
Me dirijo apresuradamente hacia el edificio de donaciones de sangre, al otro lado del recinto hospitalario de Saint Louis. París no es especialmente calurosa en Febrero, pero el frío sienta bien tras una mañana frente al ordenador. Llego al edificio y recojo las bolsas de sangre de cordón umbilical. Son tres muestras y con bastante volumen, lo suficiente para poder llevar a cabo varios experimentos. Vuelvo rápidamente al laboratorio donde estoy haciendo el doctorado sobre células madre de la sangre o, como solemos referirnos a ellas, células madre hematopoyéticas. Estas células son muy esféricas, con un núcleo grande que lo abarca prácticamente todo embebido en un pequeño citoplasma, que forma el resto de la célula. Puedo, y muchas veces debo, pasarme horas observando cómo se mueven, cómo interaccionan con el espacio que las rodea. Creo que mi pasión por ellas nace un poco de que me recuerdan a mi mismo de pequeño, a la inocencia de la niñez, donde te atreves a jugar con todo, donde tienes la capacidad de no ser nada y de serlo todo. Y son tus experiencias, tus interacciones con el entorno, las que acaban determinando poco a poco tu identidad, enseñándote habilidades nuevas y especializándote en ellas. Las experiencias que vives y las decisiones que tomas te conducen paulatinamente a ser un policía o, en mi caso, un investigador. Exactamente lo mismo les ocurre a las células madre hematopoyéticas. Ellas son como niños con la potencialidad de hacer prácticamente cualquier trabajo, pero sin el conocimiento para realizarlo. Serán las interacciones con su ambiente las que vayan condicionando su especialización y aumentando su eficiencia en un trabajo concreto, en este caso, dentro de la sangre: glóbulos rojos que transportan oxígeno, glóbulos blancos que combaten las infecciones o megacariocitos que formen plaquetas implicadas en el cierre de heridas. Todos ellos provienen de un mismo tipo celular.
Absorto en mis pensamientos, me he plantado de nuevo en el edificio del hospital donde se encuentra mi laboratorio. Aunque es pronto, me muero de hambre; con los meses uno se habitúa al horario francés. Guardo las muestras de sangre en la nevera de la sala de cultivos celulares para preservarlas mejor. Mientras me lavo las manos, pienso en que tengo media hora para comer y, de nuevo, manos a la obra.
Me dirijo al comedor y mientras meto la comida en el microondas vaga por mi mente un curioso contraste: si bien en la sociedad europea la escasez de niños puede ser un problema para el mantenimiento de las futuras generaciones, en las células sanguíneas el bajo número de células madre es suficiente para formar una adecuada cantidad de células adultas. El experimento de hoy consiste en extraer esas escasas células madre, objeto de mi estudio, del conjunto de células que hay en la sangre del cordón umbilical.
El sonido del microondas me devuelve a la realidad y, cogiendo la comida recién calentada, me siento en la mesa redonda del comedor que reúne a franceses, españoles, rusos, turcos y libaneses en torno a ella. Como es habitual, hoy también dos tipos de conversaciones discurren por la mesa. Una general, sobre nuestras banales preocupaciones diarias mezclándose con la historia, la política y las distintas culturas que la rodean, y otra conversación más individual, sobre experimentos y preguntas para abordar tal y cual problema científico. Treinta minutos de desconexión, treinta minutos de conexión. Como una especie de silencioso juramento hipocrático, científicos las veinticuatro horas del día.
Termino de comer y me dirijo a la sala de cultivos celulares. En ella, la esterilidad del ambiente es esencial para evitar la contaminación de las células con las que trabajamos. Abro la puerta de la sala, recorriendo con la mirada los distintos aparatos de la habitación blanca hasta alcanzar la campana de cultivos, una caja metálica rectangular, a la altura de la cadera, con un ventanal abierto en su parte inferior, lo suficiente para introducir los brazos. Tomo una bocanada profunda de aire y pienso, «manos a la obra». A partir de aquí, y durante las próximas 5 horas, la concentración es crucial, cualquier pequeño error puede costar la pérdida de toda la muestra.
Empiezo activando la campana, una especie de cascada de aire comienza a fluir desde la parte superior del ventanal generando una barrera invisible que impide la entrada de microorganismos por la parte abierta de esta. Tras limpiar el interior con etanol y bactericidas, la esterilidad es similar a la de la de los vasos sanguíneos por la que se transporta la sangre y mantenerla es esencial para el éxito del experimento. De ahí la importancia de trabajar con este tipo de campana. Me dirijo entonces a las bolsas de sangre de la nevera y noto cómo mis dedos, al cogerlas, hunden el plástico desplazando la sangre hacia los laterales. Cojo el etanol y rocío las muestras para esterilizarlas, matando así cualquier tipo de organismo perjudicial antes de introducirlas en la campana estéril.
Después de algunos pasos, me detengo para mirar el escenario que se abre ante mis ojos. Por un lado, observo el oscuro color rojizo de la sangre en tubos y por otro, una fila de tubos llenos hasta la mitad de Ficoll, un líquido transparente capaz de unirse a los glóbulos rojos, dotándolos de mayor densidad. Este líquido será fundamental para eliminar a los glóbulos rojos, componente mayoritario de la sangre. La sangre y el Ficoll se deben mezclar en un momento preciso y de una forma exacta, para poder extraer de la manera más eficiente los distintos tipos celulares.
Cojo el tubo con el líquido transparente y lo inclino casi hasta la horizontalidad, jugando con el pequeño volumen que intenta escapar de él. A pulso mantengo el líquido en el borde del frasco y empiezo a liberar un pequeño y controlado reguero de sangre sobre él. Una especie de riachuelo se deposita sobre el Ficoll, formando una fina lámina, sin mezclarse, y haciendo un contraste casi perfecto entre la transparencia del líquido y el color rojizo intenso de la sangre. Pero que las dos sustancias en contacto no se mezclen es una ilusión que el tiempo rompe velozmente. Coloco el tubo en posición vertical dentro de la centrífuga para separar posteriormente la sangre generando 4 capas visibles a nuestra vista.
Tras centrifugar las muestras, empiezo a aspirar la primera capa de color amarillento. Es el plasma, el componente líquido de la sangre, que siendo el menos denso, se deposita en la parte superior. Por debajo, hay un anillo fino y blanco, a veces casi invisible. Y como si se tratase de una cruel maldición, esa es la sección que me interesa. Ahí están la mayoría de las células sanguíneas que no son glóbulos rojos, los cuales caen al fondo del tubo al adquirir una mayor densidad, por su unión con el Ficoll y forman un precipitado de un color rojo intenso, como el de la sangre coagulada.
Vuelvo a soltar aire y me relajo un poco en la silla en la que he estado sentado durante esta hora y media. Ha pasado la parte crucial del experimento, ahora viene la tediosa, la de esperar supeditado a los tiempos que duran los procesos biológicos. Miro los tubos donde he recolectado aquel líquido blanco y empiezo a tratarlos. La parte fundamental de esta segunda etapa se basa en recolectar de forma específica las células madre de la sangre dentro de la variedad de células mononucleadas que se encuentran en el líquido. Miro hacia atrás, hacia el pasado, y recuerdo las largas clases de la carrera. Vuelvo a sentirme como si estuviese escuchando la voz de mis profesores, alejada, de fondo, en aquellas clases abarrotadas de futuros biólogos.
-¡Silencio chicos! -dice una voz con contundencia que sale del fondo del aula- Los anticuerpos son proteínas capaces de reconocer otras moléculas de forma específica - la voz se disipa en mi mente y una molécula con forma de “Y” comienza a ocuparla. Esa “Y”, que es la forma que tiene un anticuerpo, es capaz de interaccionar con moléculas específicas gracias a sus dos pequeños brazos. El recuerdo de aquella voz vuelve poco a poco a inundar mi mente - y estoy seguro que los usaréis cuando estéis investigando.
Vuelvo a suspirar. ¡Ay, qué lejos quedan esas clases! Y es que aquel futuro remoto que describía mi profesor se torna ahora en presente, mientras introduzco los anticuerpos en la solución para reconocer una proteína específica de células madre que deseo recolectar. Gracias a la interacción entre los anticuerpos y las proteínas a las que reconoce es posible capturar las células madre, la cuales presentan de forma exclusiva esa proteína. Estos anticuerpos tienen en su brazo más largo, el que no interviene en la interacción, una pequeña esfera imantada. Entonces ocurre la magia, que no es otra cosa que la maravillosa ciencia. Vierto el contenido en unas columnas que están insertadas en un fuerte imán, de tal forma que las células con anticuerpos imantados, a medida que bajan por las columnas, quedan atrapadas en la pared de la misma, como si de un imán pegado a la nevera se tratase. La física del magnetismo utilizada para capturar las células madre de la sangre ¡qué maravilla!
Una vez todas aquellas células, que son la base de mi doctorado, quedan retenidas, separo las columnas del imán, liberando a las células de la fuerza magnética que las retenía. Con una sonrisa cojo mi rotulador permanente del bolsillo situado en el pecho de mi bata y rotulo el frasco con las células madre aisladas, escribiendo “ACB” en color azul. Y como dirían mis colegas franceses, “Voilà, c’est fini!!!”.
Como aquel astrónomo de Vermeer mirando el globo terráqueo, me encuentro mirando la muestra entre excitado y asustado por la magnitud de preguntas y respuestas que tengo en forma de un simple mililitro de células madre. Una pequeña sonrisa de resignación y felicidad se escapa entre mis labios. Ha sido un largo día para lo que parece un objetivo pequeño, pero la ciencia es así, necesita de paciencia, tiempo, devoción y cabeza para poder seguir avanzando. Mañana empezaré a jugar con esas inocentes células para entender los mecanismos que se esconden y afectan a su toma de decisiones en su camino hacia la madurez. Un camino inexplorado.
Glosario
Esterilidad: Condición en la que se consigue la ausencia de cualquier tipo de organismo, en este caso, organismos patógenos para las células cultivadas.
Etanol: Compuesto químico clasificado como un tipo de alcohol. Se utiliza al 70% de concentración para esterilizar superficies, ya que a una concentración mayor el etanol tiende a precipitar los elementos con los que entra en contacto y disminuye su capacidad de esterilización.
Bactericida: Compuesto químico que destruye de forma específica bacterias, utilizado en el el laboratorio para esterilizar superficies y muestras.
Centrífuga: Equipo capaz de separar componentes de una solución en función de su densidad. Este aparato contiene un rotor que gira a gran velocidad, generando una fuerza centrífuga, desde el centro de rotación hacia el exterior, que favorece la separación de los componentes.
Células mononucleadas: En células de la sangre, este término hace referencia a la morfología redondeada del núcleo, siendo el caso de las células madre hematopoyéticas, linfocitos y los monocitos.